27
Abr
10

Empire State of mind

La noche estaba despejada, así que era un buen día para ver Nueva York desde arriba.  La visita por la ciudad se había demorado, por lo que no tendría tiempo de ver la caída de sol y el encendido de las luces. Aun así, lo que vi allí arriba no me decepcionó en ningún momento.

Utilicé un descuento que adquirí cuando visité el centro Rockefeller. Tenía dudas entre su subir al Empire State o al Top of the Rock, y ya que tenía el descuento opté por esta segunda opción. Naturalmente, fue la mejor elección ya que en éste las colas brillaban por su ausencia.

Subí en el ascensor que me llevaría al mirador. Sin duda, la velocidad era muy elevada ya que llegué al piso 67 en cuestión de medio minuto. Sin embargo, dentro del cubículo esperaba una sorpresa que hizo que me olvidase de la rapidez con la que estaba subiendo. El techo era de cristal transparente, y al mirar hacia arriba podía ver una proyección que mostraba con imágenes en rápidas secuencias la historia del Rockefeller. Ascender por ese túnel con destellos azules me hizo sentir por unos segundos como en una era espacial.

Vistas de Nueva York desde el Top of the Rock

Se detuvo. Con un primer vistazo ya se podía apreciar la gran inmensidad de las vistas. Tuve más claro que nunca que Nueva York era una ciudad impresionante. En la oscuridad de la noche miles de destellos captaban mi mirada. Times Square destacaba incluso desde allí arriba con las luces de sus neones. El puente de Manhattan dejaba entrever su figura con cantidad de puntitos, como marcando ondas en el horizonte. Y frente a mí se levantaba el Empire State Building. No podía apartar la mirada de ese edificio, el más alto de la ciudad. Observé durante varios minutos, pero no puede ver a King Kong escalando. No obstante, no me sentí para nada desilusionada. Me sentía una persona muy afortunada por poder estar allí contemplando una imagen indescriptible con palabras.

Tenía la necesidad imperiosa de fotografiar todo lo que pudiese por si se me escapaba algún detalle. Hacía frío, muchísimo frío. Tiritaba, pero se debía a la felicidad.


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